Nos proponemos que el escenario esté, aparentemente, “en camiseta”. Esencial, mínimo. Es el planteamiento inicial para preparar una nueva producción del Teatro Arriaga, dirigida por Ramón Barea. Los actores juegan a los personajes, el cuerpo y la palabra, sobre todo la palabra de Baroja. En narración y en diálogo, crea los paisajes y el estado de ánimo. Los paisajes y descripciones de Baroja son imposibles de reproducir en imagen realista, pero la palabra escrita, y en teatro hablada e impulsada físicamente, resonada, corporeizada por los intérpretes, tiene un poder convocador y evocador que la hacen infinitamente más fuerte que un “decorado”. El arte teatral es esencialmente poético por su naturaleza y que el realismo constituye su muerte, hallamos esto ampliamente confirmado en la historia de siglos de producción shakespeariana. El grupo de actores es también coro, paisaje, palpito narrativo y escénico. Y su palabra activa la imaginación.

La obra narrativa de Baroja, en general, tiene aliento teatral: son novelas dialogadas con estructura escénica. La mayor parte de las novelas de Baroja son acomodables al teatro. El propósito de La lucha por la vida no era componer una crónica histórica, sino relatar la formación de un ser humano, Manuel Alcazar, en un medio hosco y adverso. Y la existencia de holgazanes, pícaros, estafadores, personas laboriosas, seres desvalidos y gentes de espíritu generoso no es algo exclusivo de una época. Puede considerarse La lucha por la vida como un relato de formación en el que lo esencial es el proceso evolutivo de Manuel desde los doce o trece años, esto es, la narración de sus actos, con los errores y las experiencias que van jalonando su progresiva instalación en la sociedad. Un Manuel que se debate desde el principio entre influencias contrarias, entre personajes que lo incitan a construirse una vida honrada, laboriosa y digna, y otros que, por el contrario, constituyen una fuerza negativa y procuran su hundimiento moral.